A medida que avanza el cambio climático, las energías renovables no solo se han convertido en un imperativo moral para legar a las generaciones futuras un mundo más sostenible, también se consolidan como la clave de una nueva economía conectada a una nueva mentalidad.
La mayoría de los países son deficitarios en combustibles fósiles —petróleo, carbón y gas natural—, aunque lo mismo podría decirse del mundo en su conjunto ya que por definición son finitos, fuentes de energía no renovables. Se han generado a lo largo de millones de años en el subsuelo a partir de materias orgánicas y su cantidad es la que es, ni un ápice más, así que tienen los días contados.
"Los combustibles fósiles comprenden el 80% de la demanda de energía primaria a nivel mundial y el sistema energético es la fuente de aproximadamente dos tercios de las emisiones globales de CO2 (dióxido de carbono). Si continúan las tendencias actuales o, dicho de otra manera, si la proporción de combustibles fósiles se mantiene mientras la demanda energética casi se duplica para 2050, las emisiones superarán enormemente la cantidad de carbono que podemos emitir cuando necesitamos limitar el aumento medio de temperatura global a 2 grados centígrados", explican los expertos Scott Foster y David Elzinga en el artículo ‘El papel de los combustibles fósiles en un sistema energético sostenible’.
Existe una fecha trascendental en esta lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), las principales causantes del calentamiento global: 12 de diciembre de 2015. Venía al mundo el Acuerdo de París en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, el actual protocolo internacional para frenar el proceso de calentamiento. Su objetivo, más allá de evitar el incremento de esos 2 grados centígrados, es "promover esfuerzos adicionales que hagan posible que el calentamiento global no supere los 1,5 grados centígrados" respecto a los niveles preindustriales.
Aquel documento histórico no significó ni mucho menos el nacimiento de las energías renovables (llevaban décadas de desarrollo en su versión tecnológica moderna), pero sí su mayoría de edad como principal solución para limitar el calentamiento. Por dos motivos fundamentales: proceden de fuentes naturales en esencia inagotables, como el viento, el sol, la fuerza del agua o la material vegetal gestionada de forma sostenible, y al no emitir gases GEI son la principal herramienta para la transición energética hacia un mundo bajo en carbono. Y para lograrlo en los estrechos plazos previstos.
Innovar por tradición
En realidad, no se trata de una innovación tecnológica desde cero, sino de retomar y evolucionar una tradición consustancial a la civilización humana. Los usos de la energía renovable se remontan a los orígenes de la navegación a vela y continúan en épocas sucesivas como las norias fluviales que aprovechan la propulsión de un cauce o un salto.
Un cultivo de girasoles recuerda a las placas móviles que se orientan al sol. Y la economía tradicional, desde los albores del neolítico a la industrialización, rebosa ejemplos de explotaciones sostenibles, economía circular, modelos de reciclaje, etc. Por ejemplo las rotaciones de cultivos, la gestión forestal gracias al ramoneo de los rebaños o las construcciones de adobe con eficiencia energética que hoy podrían calificarse de arquitectura bioclimática.
Mix renovable
Uno de los casos más reconocibles de esa conexión entre pasado y futuro son los molinos de viento medievales y los modernos parques de aerogeneradores. De hecho, la eólica es junto a la solar una de las renovables con mayor grado de madurez y proyección. "La energía eólica instalada en el mundo creció un 10% en 2019, hasta situarse en 651 GW (gigavatios)”, según datos del Global Wind Energy Council (GWEC). “China, Estados Unidos, Alemania, India y España son los primeros productores mundiales".
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